(traducido por Claudio Chipana G. de la versión original en The Guardian, edición del viernes 10 de abril 2009 )
Eric Hobsbawm
El siglo 20 ya ha quedado muy atrás, pero aún no hemos aprendido a vivir en el siglo 21, o por lo menos a pensar en una forma que se adapte a él. No debiera ser tan difícil como pareciera, ya que la idea básica que dominó la economía y la política durante el siglo pasado evidentemente se ha ido por la cloaca de la historia. Este fue el modo de pensar las economías industriales modernas, o cualquier asunto relativo a las economías, en términos de dos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo.
Hemos vivido la experiencia de dos intentos prácticos para alcanzar esas economías en su forma pura: la economía planificada de estado centralizada de de tipo soviético y la libre economía de mercado capitalista, totalmente libre y sin control. La primera colapsó en la década de 1980, y junto con ello los sistemas políticos comunistas europeos. La segunda se está desmoronando ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de 1930. De alguna forma, es una crisis mayor que en la década de 1930, porque la globalización de la economía no estaba entonces tan avanzada como lo es hoy, y la crisis no afectó a la economía planificada de la Unión Soviética. No sabemos todavía cuán graves y duraderas serán las consecuencias de la crisis mundial actual, pero sin duda marca el final del tipo de capitalismo de libre mercado que capturó el mundo y sus gobiernos en los años transcurridos desde que Margaret Thatcher y el Presidente Reagan .
Por lo tanto, la impotencia se apodera tanto de los que creen en lo que equivale a un capitalismo de mercado, puro, apátrida, una especie de anarquismo burgués internacional, y los que creen en un socialismo planificado incontaminado por la búsqueda de ganancias privadas. Ambos están en bancarrota. El futuro, al igual que el presente y el pasado, pertenece a las economías mixtas en las que público y privado están entrelazados entre sí de una u otra manera. Pero, ¿cómo? Ese es hoy un problema para todo el mundo, pero especialmente para las personas de izquierda.
Nadie piensa en serio volver a los sistemas socialistas de tipo soviético - no sólo por las fallas de su sistema político, sino también por la creciente morosidad y la ineficiencia de su economía - aunque esto no debería llevarnos a subestimar sus impresionantes logros sociales y educativos. Por otro lado, hasta que el mercado libre mundial colapsó el año pasado, incluso los partidos social-demócratas y otros de izquierda moderada en los países ricos del capitalismo del norte y de Australasia, se fueron comprometiendo cada vez más con el éxito del capitalismo de libre mercado. De hecho, desde la caída de la URSS hasta hoy no puedo pensar en ningún partido o líder que haya denunciado el capitalismo como inaceptable. Y nadie estuvo más comprometido con éste que el Nuevo Laborismo. En sus políticas económicas, tanto Tony Blair y (hasta octubre de 2008) Gordon Brown podrían calificarseles sin exageración como verdaderos Thatcher con pantalones. Lo mismo puede decirse del Partido Demócrata en los EE.UU.
La idea básica del Laborismo desde el decenio de 1950 fue que el socialismo era innecesario, ya que el sistema capitalista podría ser fiable para prosperar y generar más riqueza que cualquier otro. Todo lo que los socialistas tenían que hacer era asegurar su distribución equitativa. Pero desde el decenio de 1970 el aumento de la aceleración de la globalización ha hecho esa distribució más y más difícil y fatalmente socavó la base tradicional del Partido Laborista, y de hecho el apoyo y las políticas de cualquier partido social-demócrata. Muchos en el decenio de 1980 convinieron en que si el barco del Laborismo no debiera hundirse, lo que era una posibilidad real en el momento, tenía que ser reformado.
Pero no fue reformado. Bajo el impacto de lo que vio como la reactivación económica thatcherista, el Nuevo Laborismo desde 1997 se tragó la ideología, o más bien la teología, del fundamentalismo del libre mercado en su conjunto. Gran Bretaña liberalizó sus mercados, sus industrias se vendieron al mejor postor, dejo de fabricar productos para la exportación (a diferencia de Alemania, Francia y Suiza) y puso su dinero para convertirse en el centro mundial de servicios financieros y, por tanto, un paraíso para el lavado de dinero de los multimillonarios. Es por ello que el impacto de la crisis mundial sobre la libra británica y la economía de hoy es probable que sea más catastrófica que en cualquier otra gran economía occidental - y la recuperación total puede ser más difícil.
Ahora usted puede decir que ya eso es todo. Que estamos libres para volver a la economía mixta. Que la antigua caja de herramientas del Laborismo está disponible de nuevo - todo está para ser nacionalizado -, así que, vamos a echar mano a esas herramientas una vez más, las mismas que el partido Laborista nunca debió haber abandonado. Pero ello sugiere que nosotros sabemos qué hacer con ellos. Sin embargo no lo sabemos . Por un lado, no sabemos cómo superar la crisis actual. Ninguno de los gobiernos del mundo, los bancos centrales o instituciones financieras internacionales lo saben: todos ellos están como un hombre ciego tratando de salir de un laberinto tocando las paredes con diferentes tipos bastones con la esperanza de encontrar la manera de salir. Por otra parte, subestimamos la adicción de los gobiernos y responsables de las políticas todavía están a la droga del libre mercado que les han hecho sentir tan bien durante décadas. ¿Nos hemos realmente alejado de la hipótesis de que la empresa con fines de lucro es, porque ser más eficiente,siempre la mejor forma de hacer las cosas? Que la organización empresarial y la contabilidad deberían ser un modelo incluso para el servicio público, la educación y la investigación? ¿Que el creciente abismo entre los súper-ricos y el resto no importa mucho, con tal de que todos los demás (con excepción de una minoría de los pobres) estén un poco mejor? ¿Que lo que un país necesita, bajo cualquier circunstancia, el máximo crecimiento económico y la competitividad comercial?. Creo que no.
Más bien, lo que una política progresista necesita es algo más que una importante ruptura con los presupuestos económicos y morales de los últimos 30 años. Es necesario un retorno a la convicción de que el crecimiento económico y la riqueza que aporta es un medio y no un fin. El fin es lo que ello implica para la vida, las posibilidades de vida y las esperanzas de la gente. Miren a Londres. Por supuesto, que florezca la economía de Londres es importante para todos nosotros. Pero la prueba de la enorme riqueza generada en algunas partes de la capital no es que ésta haya contribuido al 20% -30% del PIB a Gran Bretaña, sino la forma en que afecta la vida de millones de personas que viven y trabajan allí. ¿Qué clase de vida está a su disposición? ¿Tienen los medios suficientes para poder vivir allí? . Si no lo tienen, ¿se compensa ello con el hecho de que Londres sea también el paraíso para los ultra ricos. ¿Pueden, en todo caso, obtener puestos de trabajo dignamente remunerados? Si no pueden, no debemos alardear de todos esos restaurantes de alta categoría, y sus auto publicitados chefs. ¿ Y la escolarización de los niños? El bajo rendimiento de las escuelas no se compensa con el hecho de que las universidades de Londres pueden proveer una selección de fútbol de premios Nobel.
La prueba de una política progresista no es algo privado sino público, y no es sólo el aumento de los ingresos y el consumo de las personas, sino la ampliación de las oportunidades y lo que Amartya Sen llama la "capacidad" de todos a través de la acción colectiva. Pero ello significa, o debe significar, iniciativas públicas sin fines de lucro, incluso si es sólo la redistribución de la acumulación privada. Las decisiones públicas encaminadas a la prosperidad social de carácter colectivo de la que todos los seres humanos deben salir ganando. Esta es la base de una política progresista - no maximizar el crecimiento económico y los ingresos personales. En ningún caso esto será más importante que la lucha contra el mayor problema que enfrentamos en este siglo, la crisis medio-ambiental. Cualquier logo ideológico que elijamos para ello, significará un giro significativo del libre mercado y hacia la acción pública, significará un cambio aún mas grande de lo que el gobierno británico haya previsto. Y, dada la gravedad de la crisis económica, probablemente un cambio bastante rápido. El tiempo no está de nuestro lado.
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