Por Claudio Chipana G.
En toda empresa literaria hay la lucha por encontrar un medio propio para expresarse, y cuanto más intensa más peculiar y personal. En el caso de Vargas Llosa la batalla por una expresión literaria habría sido ganada por el escritor al haber sido merecedor de la máxima presea para todo novelista como es el Nobel. Y no es para menos, seguramente, en la premiación del escritor han contado su prolijidad, la riqueza expresiva su obra, su estilo innovador, su amplia y rica temática.
Sin embargo, si hay algo que ha capturado particularmente la atención de la crítica en la obra del escritor son los temas de la libertad y la batalla del individuo en el mundo actual, en la urbe real o imaginada. No en vano la Academia premia a nuestro novelista por su contribución a la comprensión de la ‘cartografía del poder’. En efecto, en la producción novelística del autor de “La Fiesta del Chivo” hay una preocupación constante por las dinámicas del poder y la incapacidad del hombre contemporáneo de hacer prevalecer la libertad.
Igualmente, en la obra vargasllosiana, hay una lucha entre la relación entre ficción y realidad. Vargas Llosa, escritor y ensayista, siempre preció la ficción como algo esencial que nos permitiría compensar las carencias de la vida cotidiana. Es así que nuestro novelista echa mano a la ficción para exponer la realidad sin máscaras, extrayendo sus personajes de la cruda realidad.
Vargas Llosa expone la miseria del poder, la villanía del autoritarismo. Sin embargo, Vargas Llosa no está interesado tanto en urgar en las raíces profundas del autoritarismo como mostrar el tejido palpable del poder y que expone virtuosamente en sus novelas más celebradas. En este sentido, es más naturalista que realista. Diríamos que su ‘cartografia’ del poder encuadra en el hiperrealismo del postmodernismo. De ahí las limitaciones de la capacidad crítica de lo real del discurso ínsito en la escritura literaria y política vargasllosiana.
Vargas Llosa explora hábilmente el rostro decadente del hombre pero no se esfuerza para nada en avanzar en las inmensas e infinitas posibilidades del ser humano. Su conservadurismo y su naturalismo le impiden dar ese paso. El suyo es un realismo de la superficie. No va a las raíces últimas del poder que es el poder económico. Por ello, no es gratuito que Vargas Llosa no alcance a ver la dictadura del gran capital, el poder de los imperios. No ve que las transnacionales liquidan la libertad el individuo y de los pueblos. Consecuente con su visión liberal decimonónica ve democracia donde sólo hay la dictadura del mercado.
Tampoco abre los ojos al hecho concreto de la batalla cotidiana y anónima de hombres y mujeres que luchan contra la injusticia y un mundo nuevo.
Vargas Llosa como un ‘cartógrafo’ del poder y de la condición humana atisba a presentarnos las manifestaciones de la ambición por el control del poder. Sin duda, su obra es un referente que se asocia al esfuerzo literario de otros notables escritores latinoamericanos, como Carpentier, Roa Bastos, García Márquez, que ausculta el drama de las dictaduras en nuestro continente.
La obra de Vargas Llosa, si bien es una minuciosa descripción de los vericuetos del poder, en ningún caso conlleva una subversión de la realidad social. Su disgusto con las dictaduras es más estético que político. Vargas Llosa es un revolucionario del estilo, pero un conservador de la política y de las ideas. El novelador de las dictaduras se somete, en última instancia, como es más claro aun en sus ensayos e intervenciones políticas, a la dictadura de lo real, al poder real, a la hegemonía de las transnacionales y las oligarquías, en suma, del capitalismo.
Entre el V. Llosa literario y el V. Llosa político, contra lo que muchos suponen, puede advertirse un cordón umbilical. El realismo conservador básico en la obra de Vargas Llosa literaria y política asoma de uno y otro caso.
La suya es una escritura que se alimenta de motivos que salen de los márgenes, el burdel, el ejército, los andes, la selva misteriosa, lo extraordinario, la pasiones humanas, del poder, del aventurero. Típicos motivos de la literatura burguesa del siglo XIX.
Vargas Llosa es uno de nuestros escritores más europeizados y cosmopolitas, por un lado, porque asimila hábilmente la técnica de la narrativa occidental, y por otro, porque la matriz de su pensamiento reposa en la visión occidental hegemónica del mundo.
Con la frase “soy el Perú” a lo mejor haya querido por fin recoger la voz de todos, del rico y del pobre, del occidental y del andino, como muchos que abandonan sus prejuicios de clase para abrazar otros ideales que responden al de las masas que viven en extrema pobreza y el analfabetismo. Sin embargo, el elitismo de Vargas Llosa le obnubila lo suficiente como para no recoger lo popular. Vargas Llosa escribe para una masa de lectores, mas no para los lectores de la masa.
Por eso, Vargas Llosa jamás cuajó como un referente del Perú profundo. VLL es un escritor que sin abandonar el color local es ante todo un literato cosmopolita con algunos atisbos de una crítica social. “Zavalita”, el “Jaguar” y otros personajes aportan a una radiografía del ser nacional, así como personajes como el “Chivo” aportan para entender el ser latinoamericano.
Sin embargo, no hay un proyecto intencionado. Sus personajes y situaciones son tomados de un anaquel abigarrado y variopinto. El escritor acierta en exponer los múltiples fracasos del sistema político latinoamericano. Pero no hay una crítica del verdadero poder detrás de las dictaduras y los golpes de estado. Vargas Llosa deja indemne el gran poder detrás del trono. Jamás toca las dictaduras mayores que están detrás de los dictadorzuelos. Se detiene ante los imperios y los sistemas oligárquicos locales.
La falla del liberalismo vargasllosano está en su concepción y carácter de clase. El suyo es un liberalismo abstracto, pasadista y ambiguo. Es antifujimorista y antimilitarista, pero también un convicto anticastrista y antichavista.
Vargas LLosa, es cierto, se enfrenta al fujimorismo, todo un sistema de corrupción como forma de gobierno, pero también se enfrenta a la revolución cubana luego de haber simpatizado brevemente con ella. Se opone a los movimientos y esfuerzos progresistas hoy en curso en Latinoamérica. Su lucha por la libertad no le ha impedido adoptar un talante abiertamente conservador y reaccionario, apoyando a la derecha latinoamericana e internacional, premunido del consabido discurso de las ‘sociedades abiertas’.
El premio nobel sólo añade mayor interés a la complejidad y la ambigüedades del discurso vargasllosiano .
Londres, 9 10 10
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