Dos versiones de la libertad de soñar
Yoani Sánchez y los censores de la utopía
Enrique Ubieta Gómez
Cubarte
No sé cómo empezar estas reflexiones. Acabo de ver el estreno de “Y sin embargo, se mueve (…desde Silvio Rodríguez)”, una puesta escénica de La Colmenita para adolescentes y jóvenes, en su sede, la Sala Teatro Orden Tercera del Convento de San Francisco en La Habana Vieja. Sé que no es tiempo aún de escribir, que las emociones deben asentarse. Pero compartiré algunas impresiones con ustedes, porque quiero después hablar de otro espectáculo, para nada artístico, que presencié unas horas antes de la obra teatral. La puesta de La Colmenita alude directamente a Galileo, lo hace de forma explícita en el título y en algunos diálogos, y de cierta forma a la obra de Bertold Brecht que aborda el trágico final que tuvo el extraordinario hombre de ciencias. Recuerdo aquella obra con afecto, la leí con fruición en mis años escolares, algo raro, pues entonces uno solía despreciar las lecturas obligatorias, y la disfruté en las tablas, creo que por Teatro Estudio, hace también muchos años.
Pero esta es una interpretación diferente del viejo dilema: salvarse o no, de un castigo, de la incomprensión o de la tortura y la muerte como en el caso de Galileo, en defensa no de la verdad, sino de la fe, de los sueños, de la fantasía. Salvarse o no de la utopía de poder hallar, construir, otros mundos posibles. Siempre existirán tribunales inquisitoriales para decretar, en nombre de Dios, o, paradójicamente, de la Ciencia o de la Libertad, cuáles deben ser los límites de la fantasía, de la justicia, del conocimiento. Siempre existirán hombres y mujeres de alma mutilada, que se asusten ante los sueños “locos” de sus contemporáneos, no porque desconfíen de la veracidad o de la justeza de esos arrebatos cósmicos, sino por una razón más simple, y también más convencional: porque necesitan preservar la “normalidad” de sus vidas. La obra de Cremata se apoya en la música (y en las letras) de Silvio Rodríguez y no puede hallar mejor asidero. De regreso a casa, pensaba en que la fantasía, los sueños, la fe en el ser humano, en la posibilidad de lo imposible, es el rasgo distintivo de los revolucionarios. Que las Revoluciones se producen cuando se rompen los diques que contienen los sueños, cuando se desbordan las esperanzas. De ahí la incomodidad de los espíritus conservadores, el cansancio que provoca en ellos la eterna navegación por mares ignotos en busca de utopías.
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Fuente: Cubarte
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